Capítulo 4: Apenas comienza de la novela Encadenado
- Antonio Jenkins (Say)
- 24 jun 2018
- 3 Min. de lectura
Humo por todos lados ¿qué es otro cigarro más?
Ya en el bar tomé una cerveza mientras esperaba. Aborrecí ese lugar con todas mis fuerzas, había tanta gente. A lo lejos, en la entrada pude ver a Eli, y yo aquí sentado, enamorado de ella desde el momento en que la vi. Es una de las pocas personas, si no es que la única, con las que rompía mi acostumbrado silencio en las pláticas, mayormente me sentaba a escuchar, pero con ella era diferente. Lastima que mi silencio siempre estuvo presente en las palabras importantes.
— ¡Hola Santi! —parecía alegre de verme.
— Eli, no sabes el gusto que me da...
Humo, todo es humo.
Y aunque siempre vi borroso, por culpa de mi cigarro
Desarrolle mis otros sentidos para escuchar el corazón del mentiroso
Palpar con la piel las palabras
Y conocer las intenciones de los labios que no conozco
Todos quieren llorar en el funeral
Y sentir que estuvieron acompañándote en vida.
Sabía que ella no quería verme, me lo decían los huesos, digo, soy aburrido y bebo hasta la inexistencia, ¿qué haría una persona que bebe cerveza de raíz conmigo? Es absurdo. La desprecio, y más a mí por despreciarla, por no aceptar la soledad cuando ella partió.
Siempre en busca de un cigarro,
Para no sentirme solo
Entre tantos todos
Pues Soledad Interna es Tortura Notoria
Por culpa de Compañía.
Viviendo en la ligereza de las palabras
El encierro me alejo del acompañante.
Mi madre no quiso,
Siempre a mi lado.
Hubo días que deseaba estar solo.
Días que deseaba estar muerto,
Y días en que el humo acariciaba mi piel
Recibiendo el afecto que necesitaba.
Hoy estoy aquí solo
Con el humo
Informado por mis pasos
Que desde el nacimiento
Estamos confinados a que Soledad nos tenga en brazos
Pero buscamos (y renegamos)
Caricias, guiños, besos, manos
Alguna sonrisa para sentir a alguien con nosotros
No queremos aceptar la verdad,
Peleamos con ella
La que ha estado y estará hasta al final.
Queremos vencer a la muerte.
— Santi, ¿estás bien?
Nunca estoy bien.
— Sí ¿por qué la pregunta?
— Te quedaste viendo al horizonte, como por... cinco minutos. ¿Cuántas cervezas llevas?
— Lo siento, he estado un poco estresado últimamente.
— ¿Sigues en terapia?
— No, ya no volví. Tengo un año que deje esa mierda, ahora voy con un loquero.
— Entiendo. ¿Cómo has seguido?
¿Porque tantas preguntas? Tú y yo estamos de acuerdo que esto no es más que una formalidad, demostrarme interés para que el día de mi suicido haya un obstáculo entre el dedo y el gatillo.
— Bien— le contesté.
— Santi, te quería decir que me mudaré de vuelta.
— ¿Es real?
— Por completo, estoy cansada del pueblo, no suceden cosas tan interesante como acá.
En ese momento una camarera se acercó a nosotros, rubia, con un elegante caminar, sus ojos resaltaban, uno era café y el otro… ¿amarillo?
Nathifa había soñado toda su vida con tener una estética, y no ha podido salir de este bar, ahorcada por la cuerda de Malaak que la golpea hasta medio matarla cada viernes sin importar que no sea trece. Nathifa sólo piensa en poder llegar a casa tranquila, poder recostarse en su cama o en el sillón o al menos en la bañera.
— Buenas noches ¿puedo tomar su orden? —ella era de las pocas que sabían ocultar sus debilidades, tenía una fortaleza para admirar.
— Otra cerveza, de la misma, por favor, ¿tú quieres algo?
Eli no dejaba de verme confundida.
— Creó que... ¿ya se fue? —giraba mi cabeza hacia todo punto buscándola.
— ¿Quién?
— La camarera, estaba aquí hace un momento.
— Sí, claro —no estaba convencida de mi palabra— el punto es que volveré a la ciudad, me quedaré un tiempo con mis padres, en lo que consigo un lugar.
— Me parece algo fenomenal.
— Pero realmente lo que quería hablar contigo era otra cosa.
— Dime.
— Ya va para ocho años.
— Lo sé. En dos días se cumple.
— ¿Cómo has estado sobre eso?
— Fue hace cinco años que me dijeron que está mierda se iba a poner fuerte y eso no me ha ayudado en nada. Se acerca el día y no dejo de tener pesadillas. Sigo sintiendo que todo es mi culpa.
— No digas eso, nada de lo que pasó fue tu culpa.
— Si tan sólo hubiese tomado más enserio sus palabras, sus actos, sus ojos.
— Calla, mejor no hablar de eso, hay que disfrutar. ¿Qué te parece si ese día salimos, vamos al cine o algo?
— No sé, ese día no salgo ni por error.
— Y por eso es que estás así, el pasado pasado.
— Bien, te hare caso.
— ¡Genial! Por cierto ¿Cómo vas con tu novela?
— Mal, no sé cómo avanzar.
— Lo que me mandaste era algo muy bueno. Antonio, un niño que se suicida por amor a la vida.
— Sí… vaya lío.

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